Desde época remota la fiesta de San Juan (23-24 de junio) ha tenido una enorme importancia en las sociedades agrícolas europeas. En este día/noche próximo al solsticio de verano se preservan de enfermedades hombres y animales, se garantiza la fructificación de la cosecha y se celebran numerosos rituales de purificación en territorios tan alejados como España, Ucrania, Portugal o norte de Escandinavia, en ellos el fuego se alía con las noches más cortas del año
La Península Ibérica, de norte a sur y de este a oeste, nos ofrece un amplio abanico de rituales ancestrales, que hunden sus raíces en mitos prerromanos y precristianos, que el devenir de la historia ha consolidado en complejas celebraciones cargadas de simbolismo, pocas tan sugerentes como el “Paso del fuego” y fiestas de San Juan de San Pedro Manrique, declaradas de Interés Turístico en 1980 (BOE de 16 febrero 1980).
La fiesta/ritual comienza meses antes, concretamente el 3 de mayo, día de la cruz de mayo y de la elección de las Móndidas, a continuación comienzan los preparativos: prueba de los trajes de móndida, elaboración de los pesados y vistosos canastillos o “cestaños” que llevan en la cabeza, preparación de los arbujuelos, selección del mayo y de los árboles de Móndidas…, un complejo proceso en el que se mezclan rituales ancestrales de las sociedades agrícolas celtíberas –estamos en el corazón de las Serranías Celtíberas–, el territorio de contacto entre el mundo celta atlántico y el ibero mediterráneo, todos ellos ritos estrechamente relacionados con la fertilidad. Pero también, según algunos autores, esta fiesta hace referencia al humillante “Tributo de las 100 doncellas”, al que cuenta la tradición estaban obligados los reinos cristianos del norte peninsular a cambio de la paz con los sarracenos.